Esta vez no hay anestésico que valga.
Con las heridas abiertas, me encuentro en el ojo de un huracán de sentimientos. Me observa, me rodea, y como lleva tanto tiempo preparando su aparición triunfal, sabe dónde tiene que rozarme para que acabe sangrando. Se sabe la ubicación exacta de todas y cada una de mis heridas, sus nombres y cómo llegaron a marcar mi cuerpo de esa forma. Cada una de ellas tiene una historia pero todas tienen en común aquellas manos cálidas y la forma tan bella en la que nacieron, con mi consentimiento.
Sabiendo todo lo que hay que saber sobre mí para hacerme daño, no importa qué tipo de vendas me ponga, ni cuán fuerte cierre los ojos para intentar irme a ese mundo que una vez fue nuestro y por el que hoy día camino con las medias rotas y echándote de menos. El viento arrecia y parece que erosiona cada poro de mi piel. En medio de todo este torbellino de "¿Por qué?", "Yo no debería estar sintiendo esto", "No puedo evitarlo", "Me duele", "Pero...", "Quizás", "Tal vez"... En medio de todo eso, sólo puedo ver tu figura. De espaldas. Donde tantas veces clavé las uñas, de mil maneras, con miles de intenciones, siempre con infinito amor.
"Amor". Después de todo esto, hablo de amor.
Amor es quien ha dirigido el huracán hasta mí. Amor es quien me susurra mientras duermo que no pasa nada si sigo soñando con él, que amar está bien y que quizás no debería rendirme.
Amor es quien me recuerda las sonrisas que le provoqué un día en mi remota memoria. Amor me recuerda cada día esas miradas infinitas tuyas, que me llevaron a pensar que si el universo se encontraba en algún lugar de esto que llamamos "El Todo y la Nada", sin duda, estaría en tus ojos.
Y hablando de huracanes, de amor y de universos, finalmente, y sin esperarlo... Acabo hablando de tí.
Ayer te lo llevaste. Y hoy me enfrento sola a este huracán al que le he puesto tu nombre. No podría llamarse de otra forma. No puede ser de otra forma.
Ya no.
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