Soñé como hacía mucho que no soñaba.
Soñé con tus manos cálidas en mi cintura y con cómo chapoteabas en los charcos de mi corazón.
Fue como tener tu parte de niño, la que siempre me mostraste, dentro de mí una vez más.
Y reías, reías mucho. Y yo reía contigo. Me cogías de la mano y me invitabas a recordar y a sangrar.
Es verdad que es mejor recordar en compañía, y la noche también fue nuestra compañera, me recordó esas ventanas empañadas, esos susurros, las veces que dije "Te amo" con los ojos llenos de lágrimas de alegría.
Pero dolió, y sangré. Cogí tu mano y a modo de puñal la pasé por mi pecho. No esperaba que dentro de mí hubiera tanto. Lo derramé todo, todo lo que había, todo lo que había estado ocultando, todo lo que mi orgullo guardaba con recelo mientras te miraba de reojo. Y te empapé sin quererlo.
Quizás debí imaginar que tus manos eran el arma más peligrosa que existía en este planeta para mí. No existen manos más precisas ni mortales, son capaces de arrasar con todo el orgullo, de hacerme heridas llamadas "Te echo de menos". Por eso ahora entiendo porqué cuando me diste la espalda y tus pies te arrastraron a alejarte de mí otra vez, se volvieron a abrir todas y me dolieron más que nunca. Es lo que pasa cuando rescatas cicatrices con tanto amor, cuando las acaricias y les dices "Os he echado tanto de menos..."
Es lo que pasa cuando te giras mientras susurras "Nos volveremos a ver pronto" y yo contemplo cómo la luna te coge de la mano y cómo a mí, solo me deja un tenue reflejo en la gran herida que atraviesa mi pecho.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.