Esta vez no hay anestésico que valga.
Con las heridas abiertas, me encuentro en el ojo de un huracán de sentimientos. Me observa, me rodea, y como lleva tanto tiempo preparando su aparición triunfal, sabe dónde tiene que rozarme para que acabe sangrando. Se sabe la ubicación exacta de todas y cada una de mis heridas, sus nombres y cómo llegaron a marcar mi cuerpo de esa forma. Cada una de ellas tiene una historia pero todas tienen en común aquellas manos cálidas y la forma tan bella en la que nacieron, con mi consentimiento.
Sabiendo todo lo que hay que saber sobre mí para hacerme daño, no importa qué tipo de vendas me ponga, ni cuán fuerte cierre los ojos para intentar irme a ese mundo que una vez fue nuestro y por el que hoy día camino con las medias rotas y echándote de menos. El viento arrecia y parece que erosiona cada poro de mi piel. En medio de todo este torbellino de "¿Por qué?", "Yo no debería estar sintiendo esto", "No puedo evitarlo", "Me duele", "Pero...", "Quizás", "Tal vez"... En medio de todo eso, sólo puedo ver tu figura. De espaldas. Donde tantas veces clavé las uñas, de mil maneras, con miles de intenciones, siempre con infinito amor.
"Amor". Después de todo esto, hablo de amor.
Amor es quien ha dirigido el huracán hasta mí. Amor es quien me susurra mientras duermo que no pasa nada si sigo soñando con él, que amar está bien y que quizás no debería rendirme.
Amor es quien me recuerda las sonrisas que le provoqué un día en mi remota memoria. Amor me recuerda cada día esas miradas infinitas tuyas, que me llevaron a pensar que si el universo se encontraba en algún lugar de esto que llamamos "El Todo y la Nada", sin duda, estaría en tus ojos.
Y hablando de huracanes, de amor y de universos, finalmente, y sin esperarlo... Acabo hablando de tí.
Ayer te lo llevaste. Y hoy me enfrento sola a este huracán al que le he puesto tu nombre. No podría llamarse de otra forma. No puede ser de otra forma.
Ya no.
domingo, 30 de septiembre de 2012
Anoche soñé
Anoche soñé.
Soñé como hacía mucho que no soñaba.
Soñé con tus manos cálidas en mi cintura y con cómo chapoteabas en los charcos de mi corazón.
Fue como tener tu parte de niño, la que siempre me mostraste, dentro de mí una vez más.
Y reías, reías mucho. Y yo reía contigo. Me cogías de la mano y me invitabas a recordar y a sangrar.
Es verdad que es mejor recordar en compañía, y la noche también fue nuestra compañera, me recordó esas ventanas empañadas, esos susurros, las veces que dije "Te amo" con los ojos llenos de lágrimas de alegría.
Pero dolió, y sangré. Cogí tu mano y a modo de puñal la pasé por mi pecho. No esperaba que dentro de mí hubiera tanto. Lo derramé todo, todo lo que había, todo lo que había estado ocultando, todo lo que mi orgullo guardaba con recelo mientras te miraba de reojo. Y te empapé sin quererlo.
Quizás debí imaginar que tus manos eran el arma más peligrosa que existía en este planeta para mí. No existen manos más precisas ni mortales, son capaces de arrasar con todo el orgullo, de hacerme heridas llamadas "Te echo de menos". Por eso ahora entiendo porqué cuando me diste la espalda y tus pies te arrastraron a alejarte de mí otra vez, se volvieron a abrir todas y me dolieron más que nunca. Es lo que pasa cuando rescatas cicatrices con tanto amor, cuando las acaricias y les dices "Os he echado tanto de menos..."
Es lo que pasa cuando te giras mientras susurras "Nos volveremos a ver pronto" y yo contemplo cómo la luna te coge de la mano y cómo a mí, solo me deja un tenue reflejo en la gran herida que atraviesa mi pecho.
Te lo has llevado otra vez, sin que yo me diera cuenta, sin que pudiera hacer nada.
Soñé como hacía mucho que no soñaba.
Soñé con tus manos cálidas en mi cintura y con cómo chapoteabas en los charcos de mi corazón.
Fue como tener tu parte de niño, la que siempre me mostraste, dentro de mí una vez más.
Y reías, reías mucho. Y yo reía contigo. Me cogías de la mano y me invitabas a recordar y a sangrar.
Es verdad que es mejor recordar en compañía, y la noche también fue nuestra compañera, me recordó esas ventanas empañadas, esos susurros, las veces que dije "Te amo" con los ojos llenos de lágrimas de alegría.
Pero dolió, y sangré. Cogí tu mano y a modo de puñal la pasé por mi pecho. No esperaba que dentro de mí hubiera tanto. Lo derramé todo, todo lo que había, todo lo que había estado ocultando, todo lo que mi orgullo guardaba con recelo mientras te miraba de reojo. Y te empapé sin quererlo.
Quizás debí imaginar que tus manos eran el arma más peligrosa que existía en este planeta para mí. No existen manos más precisas ni mortales, son capaces de arrasar con todo el orgullo, de hacerme heridas llamadas "Te echo de menos". Por eso ahora entiendo porqué cuando me diste la espalda y tus pies te arrastraron a alejarte de mí otra vez, se volvieron a abrir todas y me dolieron más que nunca. Es lo que pasa cuando rescatas cicatrices con tanto amor, cuando las acaricias y les dices "Os he echado tanto de menos..."
Es lo que pasa cuando te giras mientras susurras "Nos volveremos a ver pronto" y yo contemplo cómo la luna te coge de la mano y cómo a mí, solo me deja un tenue reflejo en la gran herida que atraviesa mi pecho.
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